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Hoy dejé de pelear con mi cabeza.

Y no sabes el alivio que se siente.


Por años pensé que había algo mal en mí.

Me distraía fácil, me olvidaba cosas importantes, empezaba mil ideas y no terminaba ninguna.

Y claro… me lo dijeron tantas veces que terminé creyéndolo.


“Muy acelerado”,

“muy impulsivo”,

“muy intenso”.

Y yo… me juzgaba, me exigía, me culpaba.


Hasta que llegó la verdad:

tengo TDAH. Y lo supe a los 50 años.

Y lejos de ser una etiqueta, fue un mapa.

Una explicación. Una oportunidad para abrazar mi forma de ser.


Mi cerebro no produce dopamina y noradrenalina como el resto.

Por eso necesito emoción, adrenalina, conexión real.

No es que esté mal…

es que estoy diseñado distinto.


Y ¿sabes qué? Hoy lo celebro.


Porque ese “desorden” me dio un montón de dones:

una intuición brutal,

una energía que no se apaga cuando algo me apasiona,

una sensibilidad que me conecta con las personas, los animales y el corazón.


No ha sido fácil.

Porque este mundo no está hecho pa’ cerebros como el mío.

Pero hoy ya no quiero cambiarme.

Hoy camino con mi ritmo. Y eso… es libertad.


Si tú también sientes que no encajas,

que tu mente va a mil por hora…

de repente también tienes un superpoder que aún no entiendes.


No estás mal. Estás hecho diferente.

Y eso, créeme… es lo más valioso que tienes.

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