Hoy en día, parece que cualquiera puede autoproclamarse referente, pero serlo realmente va mucho más allá de los títulos, los cursos que dictas o los aplausos que recibes. Un verdadero referente no necesita adornarse con etiquetas ni ser el "mejor del mundo". Su grandeza no se mide por lo que dice de sí mismo, sino por lo que los demás ven en él.
Un referente no es quien usa su posición para manipular o sacar provecho. No es el que cobra coimas para pasar cursos, ni el que induce a sus alumnos a malos actos. Tampoco es quien, con un discurso grandilocuente, menosprecia al resto y se cree más culto o superior. Un referente no tiene doble discurso.
El verdadero impacto de un referente está en su coherencia. Es alguien que predica con el ejemplo, que vive lo que dice, y que inspira con acciones más que con palabras. Un referente no usa su influencia para dividir, sino para construir. No ve en los demás competencia, sino potencial.
Hoy, vivimos en un mundo donde abundan los falsos referentes: aquellos que se asumen "grandes" mientras tratan a los demás como básicos, que manipulan y traicionan la confianza de quienes los siguen. Pero cuidado: la verdadera grandeza no se proclama, se demuestra.
Un referente real no solo enseña desde el conocimiento, sino desde valores sólidos, desde el compromiso con el bien. Es alguien que impacta positivamente en la vida de las personas sin buscar protagonismo, sin utilizar la confianza de otros como moneda de cambio.
Si necesitas engañar, humillar o manipular para mantener tu posición, jamás serás un referente, solo serás un fraude con fachada bonita. Porque ser referente no es un privilegio, es una responsabilidad.
Así que la próxima vez que mires a alguien como referente, pregúntate: ¿vive realmente lo que predica? Porque ser referente no es cuestión de discursos, títulos o likes; es cuestión de ética, integridad y propósito.
¿A ti quién te inspira como verdadero referente? A mí me inspira mi padre y para mí es el más grande referente que tengo .
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